Los españoles somos así y no lo podemos remediar. Nos gusta vivir en nuestra propia casa, echar raíces profundas para construir un dulce hogar que se proyecte en el tiempo. Es por eso quizá que preferimos comprar antes que alquilar.
Pensamos que, si de todos modos hay que pagar un mes tras otro, mejor será si al final de la vida el hogar familiar es de nuestra propiedad.
Y ahí están algunos matrimonios con una ilusión inmensa, hipotecando su nómina a treinta años vista para hacer suya la casa de sus sueños. Y es que en el fondo, los españoles somos personas generosas, que piensan en los demás y sobretodo en los más cercanos, en sus familiares. Caemos en la cuenta de que entre un alquiler y una compra no hay casi diferencias a la hora de pagar, pero no somos conscientes de que tampoco existe diferencia alguna al final: en ambos casos dejaremos este mundo, más tarde o más temprano, y aquí se quedará, o no, nuestra hacienda. Por eso digo que la esplendidez es una de nuestras virtudes más sonadas, pues la única diferencia transcendental entre un alquiler y una compra sólo la apreciarán nuestros herederos. ¡Pero que nos quiten lo bailado! ¿No creen?
J.A. – Algemesí