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El secretario de Nuevo Amanecer Gitano muestra parte de la documentación sin contestar registrada en el ayuntamiento. MOISÉS CASTELL


Los vecinos de El Raval muestran su preocupación por el rumbo que está tomando el barrio últimamente. Aparte de las quejas por la falta de oportunidades, por la diferenciación de trato, por la nula inversión, por el abandono que sufre la barriada y por su vinculación con la venta de drogas, advierten de la presencia cada vez mayor de personas desconocidas que les generan gran desconfianza y que tan pronto aparecen como desaparecen sembrando las calles de intranquilidad. 
 
 
 
 
Carlos Bueno

Carlos Bueno


“Muchos llegan con coches de alta gama y matrícula extranjera, de Francia, Bélgica, Alemania… Los aparcan en calles sin salida para no llamar la atención. Bajan con maletas y mochilas. Se quedan una noche o dos en algunas viviendas y de inmediato se marchan. Estamos muy mosqueados, sobre todo después de los últimos atentados que se han producido en Barcelona”. Así me lo contó un payo que vive en El Raval y me lo refrendó el presidente de la asociación Nuevo Amanecer Gitano, que me llamó para que escuchase las inquietudes de sus convecinos. Acudí a su invitación la última semana de agosto. Las calles eran una pocilga. Había runa por doquier, escombros, socavones y, era verdad, cochazos extranjeros en las zonas más recónditas. “¿Se lo habéis contado a la policía?”, le pregunté. “A la policía y a Asensio García, concejal de seguridad, pero ni caso, y eso que les hemos indicado las viviendas donde se llegan a meter más de una docena de personas”, me contestó. “La historia es grave”, le dije. “Grave será si algún día salimos en los periódicos porque nadie nos escuchó a tiempo”, rebatió. Esperemos que no llegue a eso.
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Entrada sin tabicar de la polémica finca de la calle Montorta. M.C.


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Una de las viviendas deshabitadas llena de suciedad. M.C.


 “En todas partes hay gente buena y mala, también aquí. Este ha sido siempre un barrio pobre pero honrado, con gente que se buscaba la vida en el campo, en la construcción o vendiendo ajos”, recordó al tiempo que hablaba de la época en la que había carpinterías, talleres metálicos y de mármoles y cuando los bares atraían a gente del pueblo a almorzar. “Pero la droga lo cambió todo”, explicó. Con ella llegó gente que no era de El Raval y nos creó mala imagen. Y ahora vamos a peor”. La razón, según la versión de varios vecinos con los que pude hablar, estriba en la falta de control policial. “Antes había un policía de barrio y por nuestras calles patrullaban continuamente dos coches de la Municipal, y hasta el Intendente Jefe a veces lo hacía de incógnito. Pero ahora apenas se pasan por aquí, y los malos campan a sus anchas”, me decía una vecina que la noche anterior había escuchado como unos intrusos caminaban por su terraza.
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Los pasques, zonas verdes y campos del barrio son una nido de mosquitos y pulgas por la falta de limpieza. M.C.


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Algunos vecinos piden que este campo municipal se transforme en zona recreativa para niños. M.C.


Sí, en todas partes hay gente buena y mala, y quienes me contaban sus problemas en El Raval parecían buena gente, de los que quieren vivir en paz, dentro de un mínimo orden, con honestidad, simplemente con dignidad. “Pero cada vez hay más droga ¿no?”, les recriminé. “Se estaba controlando bastante bien, pero se ha vuelto a descontrolar”, me respondió la misma vecina que a la vez manifestaba su preocupación “porque tengo dos niñas y ese es un peligro muy malo. La policía había conseguido echar a varios peces gordos de la venta de drogas, camellos con sus famílias, pero desde haceun par de años están volviendo». “¿Y la mugre de las calles?”. Me reveló que antes había dos barrenderos y que ahora sólo va uno “y de vez en cuando”. Una amiga suya aseguraba que hace unos años ella había visto a un policía llamar la atención a un padre porque su hijo había tirado algo al suelo, “pero ya nadie dice nada”. “Pero entonces también es cuestión de incivismo”, le reproché. “Sí, hay gente que no sabe vivir en sociedad, y para eso está la autoridad. Lo malo es que cuando desaparece la autoridad los incívicos hacen lo que les viene en gana”, observó.
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Aceras levantadas por árboles.


Además de la suciedad generalizada hay muchas calles deterioradas, asfalto levantado por las raíces de los árboles, aceras inacabadas, agujeros… un desastre. El secretario de la asociación me mostró un montón de papeles con el cuño del registro de entrada del Ayuntamiento. “En los dos últimos años hemos presentado 53 documentos –según él– en los que nos quejamos de diferentes situaciones y proponemos soluciones, y sólo nos han contestado a uno que tenía que ver con las fiestas, del resto silencio”, afirmaba indignado. “Nos cortan la luz de algunas calles, no reparan nada, no hay inversión, no nos llega información municipal, no han colgado ni un solo cartel de las fiestas de la Virgen, ni el mínimo gesto de integración. Nos sentimos totalmente abandonados”, concluía.
Otro vecino se quejaba de que “la polémica finca de la calle Montortal sigue en pie y sin ser tapiada, con lo que los drogadictos continúan introduciéndose para drogarse. Nuestros parques están dejados y algunos atan allí sus caballos sin que la policía los denuncie. El edificio sede del Proyecte Riu tiene peligro de derrumbe y continúan celebrándose actividades y dando clases en él. La próxima semana van a producirse desahucios y no nos dan soluciones. Es como si no existiéramos”, lamentó.
Me aseguró que hace tres años les dijeron que estaba previsto un plan urbanístico en el que la Avenida de Carlet y la calle Mota del Riu se juntarían al final del barrio, pero no se ha realizado. “Hay casas deshabitadas y campos abandonados, algunos son municipales. Hay tanta mugre que son un nido de pulgas y mosquitos, y ni los limpian ni los fumigan, contaba. Otra vecina me confesó que ya no aguantaba más tiempo en El Raval. Me han rebajado el alquiler de la vivienda y aún así me marcho. El domingo pasado, al llegar a casa, me encontré que habían okupado la vivienda colindante a la mía en la calle Doctor Servet. Estaba tapiada y habían echado abajo los ladrillos. Era una familia muy peligrosa de traficantes de Gandía. Tengo miedo. He vivido aquí toda mi vida, pero ahora no reconozco el barrio. Mi marido y yo trabajaremos como condenados para pagar un alquiler más caro en Algemesí, pero nos vamos. No podemos criar a nuestra familia así, fue su duro testimonio.
Los problemas de la barriada han ido en aumento los últimos años. Seguro que una gran parte de la culpa será de algunos de sus vecinos, otra de quienes miran a otro lado cuando las dificultades les salpican, y otra de quienes pretenden que el orden se mantenga solo, sin un plan severo y bien organizado, olvidando que no hacerlo así puede ser germen de complicaciones más graves. Las posibles soluciones no son fáciles, pero habrá que buscarlas, porque los problemas de El Raval son también problemas de Algemesí, ¿o es que la droga se queda allí?.